El mundo es un sistema
binario, todo tiene dos
caras
Yo, una ruina de ochenta
años, conocí a Reynier
Ferrer, el hijo de una
hija de mi hermano, a
través del éter de una
correspondencia
electrónica. Así
descubrí su apasionado
temperamento y la
oscuridad pastosa de sus
cuadros. Dicen que la
sangre es más espesa que
el agua, pero creo más
en las afinidades
electivas que en las
relaciones que imponen
la cópula y la sangre.
No tengo mucho en común
con las furias y las
penas de una estrecha
vida familiar, ni
siquiera supe, en el
exilio, la fecha de la
muerte de mi padre en La
Habana. Pero en las
palabras y las imágenes
creadas por Reynier he
encontrado descendencia
y continuidad. Nos une
la sangre, el ir y venir
de las palabras, y las
reveladoras mentiras de
un cuerpo de lienzos.
Cuba, como todo, tiene
dos caras: una saturada
de colores y figuras
ingenuas y otra
palpitando en una noche
oscura. Rey, ante mis
ojos dominados por el
recuerdo, es un pintor
de raíces en el caluroso
fango.
Pamela, una hija
norteamericana de su
familia, llevó algunos
cuadros de mi sobrino a
una galería en
Philadelphia, y el
curador le respondió:
“Esto no es pintura
cubana, ¿dónde esta el
colorido, la imaginación
tropical?”.
Muchos recuerdan “La
Jungla” impresionista de
Lam y olvidan sus
pinturas saturadas de
siniestras amenazas,
olvidan “Rumor de la
tierra”. Reynier también
continúa las sutiles
búsquedas de Guido
LLinás con apasionadas
texturas cuarenta años
después. Está tan
enamorado de la materia
de los sentimientos como
Portocarrerro o Milián.
Su apasionada
imaginación desnuda me
revela desde la distante
línea del horizonte o el
curso sinuoso de los
profundos ríos
murmurando en las cuevas
hasta los silencios y
elocuentes labios de una
mujer.
Los cuadros abstractos
de mi sobrino me
provocan imágenes
concretas, sentimientos
precisos, de ahí los
títulos surgidos al
contacto con sus lienzos
que aparecieron por
primera vez como
vitrales en mi
computadora hace un par
de años.
"Todo
en ti fue
naufragio",
Reynier Ferrer |
Hasta Martí se vio
reflejado en la ternura
de las sombras y el
poder de la oscuridad:
“Dos patrias tengo yo,
Cuba y la noche”, “las
oscuras tardes me atraen
cual si mi patria fuera
la dilatada sombra”.
En nuestra isla hay
rumorosas palmas
femeninas que nos dan
vida y amplias ceibas
donde nos pueden
ahorcar.
Mi imagen preferida y
contradictoria de
nuestra Isla me la
entregó Neruda: “La
cicatriz cubierta por la
espuma”. |